When My Voice Was Labeled “Too Loud”

An Art of Drinking Water reflection · 5 minute read

I wasn’t shouting.

I was speaking.

I wasn’t disruptive.
I was clear.
I wasn’t aggressive.
I was present.

But the word they chose was loud.

That word carries weight when you are a person of color.
It doesn’t describe volume—it polices presence.

I noticed how it landed differently depending on who spoke.
Confidence sounded like leadership in some mouths.
In mine, it sounded like a problem.

The same sentence.
The same tone.
The same urgency.

Different judgment.

I learned to measure myself mid-thought.
To soften words before they left my mouth.
To add qualifiers that made others comfortable.

Just a thought.
I might be wrong.
Sorry—one more thing.

None of this made me quieter.
It made me smaller.

Being labeled loud is rarely about sound.
It’s about disruption—about who is allowed to name reality without being corrected for it.

When a person of color speaks plainly, it can feel like an interruption to a system that prefers us grateful, agreeable, and easy to manage.

So the feedback comes coded.

Tone.
Delivery.
Style.

As if the content itself is neutral—but the way it arrives is unacceptable.

I tried adapting.

Lowered my voice.
Paused longer.
Smiled more.

The label didn’t change.

Because the issue wasn’t how I spoke.
It was that I spoke at all.

Water taught me something here.

Water is not loud.
But when it moves, it is noticed.

When it changes course, it reshapes what’s around it.

And when it’s told to stay still for too long, it builds pressure.

Being asked to quiet yourself is often an invitation to disappear politely.

I stopped accepting that invitation.

Not by becoming louder—but by becoming steadier.

I learned to trust the clarity of my voice instead of apologizing for it.
To speak without preemptive softness.
To let discomfort belong to the room, not my body.

If you have been told you are “too loud” when you are simply visible, know this:

You are not miscalibrated.
You are not unprofessional.
You are not wrong for taking up space.

Your voice is not excessive because it carries history.
Your presence is not threatening because it is honest.

Sometimes “too loud” really means too clear.
Sometimes it means too unignorable.
Sometimes it means not who we expected to hear from.

Let the word fall away.
Keep the voice.

Like water moving under gravity—
you do not need permission to flow.

Una reflexión de El Arte de Beber Agua · Lectura de 5 minutos

No estaba gritando.

Estaba hablando.

No estaba causando problemas.
Estaba siendo clara.
No era agresiva.
Estaba presente.

Pero la palabra que eligieron fue “ruidosa”.

Esa palabra pesa cuando eres una persona de color.
No describe el volumen—vigila la presencia.

Noté que caía distinto según quién hablara.
En algunas bocas, la seguridad sonaba a liderazgo.
En la mía, sonaba a problema.

La misma frase.
El mismo tono.
La misma urgencia.

Juicio diferente.

Aprendí a medirme a mitad del pensamiento.
A suavizar las palabras antes de que salieran.
A agregar aclaraciones que hicieran sentir cómodo(a) a los demás.

Solo es una idea.
Tal vez me equivoco.
Perdón—una cosa más.

Nada de eso me hizo más silenciosa.
Me hizo más pequeña.

Que te llamen “ruidosa” rara vez es por el sonido.
Es por la interrupción—por quién tiene permiso de nombrar la realidad sin que lo corrijan por hacerlo.

Cuando una persona de color habla con claridad, puede sentirse como una interrupción a un sistema que nos prefiere agradecidos, complacientes y fáciles de manejar.

Por eso la retroalimentación llega codificada.

Tono.
Forma de decirlo.
Estilo.

Como si el contenido fuera neutral—pero la manera de traerlo fuera inaceptable.

Intenté adaptarme.

Bajé la voz.
Hice pausas más largas.
Sonreí más.

La etiqueta no cambió.

Porque el problema no era cómo hablaba.
Era que hablaba.

El agua me enseñó algo aquí.

El agua no es ruidosa.
Pero cuando se mueve, se nota.

Cuando cambia de rumbo, cambia lo que la rodea.

Y cuando le exigen quedarse quieta demasiado tiempo, acumula presión.

Pedirte que te “calmes” a menudo es una invitación a desaparecer con educación.

Dejé de aceptar esa invitación.

No volviéndome más ruidosa—sino más firme.

Aprendí a confiar en la claridad de mi voz en lugar de disculparme por ella.
A hablar sin suavidad preventiva.
A dejar que la incomodidad le pertenezca al cuarto, no a mi cuerpo.

Si te han dicho que eres “demasiado ruidosa” cuando simplemente eres visible, escucha esto:

No estás mal calibrada.
No eres poco profesional.
No estás equivocada por ocupar espacio.

Tu voz no es “demasiado” porque cargue historia.
Tu presencia no es amenazante porque sea honesta.

A veces “demasiado ruidosa” en realidad significa demasiado clara.
A veces significa imposible de ignorar.
A veces significa: no esperábamos escucharte a ti.

Deja que la palabra se caiga.
Quédate con la voz.

Como el agua moviéndose bajo la gravedad—
no necesitas permiso para fluir.